Cuanto más fuertes crezcamos juntos, más capaz será nuestra comunidad de acoger a otros en nuestra vida común, y más resilientes seremos para dirigir nuestros esfuerzos y nuestra atención hacia los grandes sistemas de sufrimiento de nuestro mundo.

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Cuando el Verbo de Dios se hizo carne y vivió entre nosotros, no fue simplemente para experimentar lo mejor que puede ofrecer la vida en el planeta tierra. De hecho, fue para experimentar la totalidad de la existencia -altibajos, fiesta y hambre, comunidad y soledad- para que toda la creación pudiera ser presentada de nuevo a Dios en una ofrenda de amor libremente elegida.

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