El Rev.do Dr. Francisco Alberca
30 Octubre 2022: Propio 26

Habacuc 1:1–4; 2:1–4
Salmo 119:137–144
2 Tesalonicenses 1:1–4, 11–12
San Lucas 19:1–10

El 1° de noviembre, la Iglesia celebra el Día de Todos los Santos. Es la conmemoración de la vida de todos aquellos que, a lo largo de la historia, han llevado una vida de santidad. Así como Zaqueo se subió a un árbol para ver a Jesús, los cristianos pueden aprender y ser levantados por la vida de los santos para ver mejor cómo seguir a Jesús.

¿Cómo no ver la mano de Dios en el amor y la entrega de la Madre Teresa a los pobres? ¿O en el abrazo de la pobreza de San Francisco de Asís para aumentar su sensibilidad al ver el amor de Dios en cada ser creado y en toda la creación de Dios? Y gracias a Dios, tenemos también el hermoso ejemplo de nuestro Patrón San Pablo. Hoy nos fijamos específicamente en el ejemplo de Zaqueo para ver lo que el arrepentimiento y la cercanía a Jesús pueden lograr en cualquier ser humano.

A lo largo de la historia de la salvación, siempre podemos ver el amor de Dios hacia las criaturas de Dios. Dios es: compasivo, perdonador, rico en misericordia, y ama a todos sus hijos e hijas. Me imagino que lo que impresionó a Zaqueo fue que Jesús lo miraba con cariño, como un padre o una madre miran a un hijo rebelde.

Así es Dios con nosotros; Dios reprende con amor, poco a poco, dándonos a cada uno tiempo para corregirnos y volver al camino correcto.

¡Cuánta alegría debió producir en Zaqueo la mirada de Jesús! este pobre hombre; debe haber sentido que por primera vez en su vida era verdaderamente amado. Y no solo eso, ¡Jesús luego pide quedarse en su casa! Zaqueo tuvo el honor de brindar hospitalidad a Jesús, mientras que aquellos que se consideraban «perfectos» criticaron a Jesús por querer quedarse en la casa de un pecador conocido.

En el momento en que Zaqueo decide dar este gran salto de fe, se produce el milagro de la conversión, porque Jesús, con su amor, decide no sólo quedarse en la casa de este hombre, sino también en su corazón.

Y no en cualquier corazón u hogar, sino en el de un recaudador de impuestos, en este caso con un nombre específico, Zaqueo. Zaqueo un ser humano real que anhela encontrar a alguien que pueda llenar su vacío existencial. Zaqueo escuchó acerca de Jesús y tiene tantas ganas de verlo en persona que trepa a un árbol para poder ver por encima de la multitud.

Habría sido ridículo ver a una figura pública como Zaqueo subirse a un árbol. Los recaudadores de impuestos se enriquecieron a expensas de las personas que ya estaban oprimidas por los impuestos romanos. A los ojos del pueblo eran tanto ladrones como traidores, personajes odiados por todos.

La vida como recaudador de impuestos se fue, Zaqueo sintiéndose profundamente vacío. Su escalada a la copa de la higuera refleja el primer paso en un proceso de conversión, similar a cuando el hijo pródigo “se fue a casa”.

Para conseguir, despegarse de una vida de vicio o pecado; tienes que salir y hacer algo audaz; como dar un paso hacia casa o trepar a un árbol.

¿Qué pasó en el corazón de Zaqueo? ¿Cómo se produjo en él un cambio tan radical que estuvo dispuesto a dar la mitad de sus bienes a los necesitados?

Pues Zaqueo simplemente recibió a Jesús en su corazón y Jesús al ver su corazón abierto le dice: Zaqueo, baja rápido, porque hoy debo quedarme en tu casa. En verdad, esto es lo que significa recibir a Jesús en nuestras vidas. Escuchamos las palabras de San Pablo conectadas a esta escena «Que Cristo habite en vuestros corazones por la fe».

Todos podemos reorientarnos y darle un nuevo rumbo a nuestra vida. Quizás para ello necesitemos un toque de atención, la cercanía de una mano amiga, un momento decisivo o una experiencia trascendente.

Independientemente de lo que nos haga despertar a esta nueva dirección, debemos buscar a Dios y emprender el camino hacia Dios, como lo hicieron San Pablo, San Agustín y todos los santos. Dios quiere que lo busquemos y, como el padre que perdona en la parábola, cuando Dios ve que nos volvemos a encontrarlo, Dios corre gozoso para encontrarnos. Este encuentro con Dios no es simplemente un encuentro físico, sino un encuentro espiritual de afecto y de amor incondicional. Es un encuentro donde la base de todo es la humildad, porque quien se humilla será exaltado.

Cuando nos dejamos encontrar por Dios de esta manera, Dios nos convierte y nos hace suyos. Pero lo más sorprendente de Zaqueo es su reacción espontánea cuando Jesús entra en su casa, lo primero que hace es acordarse de los pobres.

Este es un maravilloso recordatorio de que cuando tenemos comunión con Cristo, también estamos en comunión con los hermanos y hermanas más necesitados. Y la comunión con Cristo nunca es sólo un acto individual. Aunque la comunión entre Cristo y yo permanece, esta comunión con Cristo es también un acto universal con toda la Iglesia, una Iglesia en la que siempre hay muchos pobres, pobres de todo tipo.

Cuando hablamos de pobreza, no solo nos referimos a la pobreza económica, que se puede remediar con dinero; Hay otras pobrezas de espíritu mucho más tristes, para las que hay muchas maneras de ayudar. Para aliviar este tipo de pobreza podemos dar de la riqueza de nuestro tiempo, que es preciosa; ofrecer asistencia a través de la oración, a través de nuestra compañía y proximidad, a través de nuestro trabajo, disponibilidad y compartiendo la riqueza de nuestro amor, misericordia y compasión.

Si estamos profundamente en comunión con Cristo, seguramente encontraremos alguna manera de entrar en comunión con los hermanos y hermanas que nos necesitan.

La vocación de todo cristiano es imitar, en la medida y proporción de sus posibilidades, a Cristo. San Pablo, nuestro Patrón, decía y repetía siempre que: «era Cristo quien vivía en él», se consideraba totalmente identificado con Cristo. Esa es también nuestra vocación, la vocación de todos los que formamos parte del gran movimiento que Cristo fundó.

Dejemos que Dios reoriente nuestra vida hoy. Hagamos, como Zaqueo, todo lo que podamos para encontrar a Cristo vivo y dejar que su vida convierta la nuestra. Y sobre todo llevemos a cabo esta vocación de comunión en nuestra vida cotidiana.

Entonces los demás sabrán que los auténticos seguidores de Cristo participan de una comunión que está transformando el mundo, y el Cristo vivo será glorificado en nosotros. ¡Amén!