16 de enero, 2022

El Revdo. Austin K. Rios

«Serán completamente saciados de la abundancia de tu casa, y tú los abrevarás del torrente de tus delicias.»

Salmos 36:8

Es difícil de creer que hace apenas una semana estábamos reunidos alrededor del pesebre de Jesús con los reyes magos del Oriente, y ahora nos unimos a Jesús adulto en medio de una fiesta de boda en Caná.

La Epifanía es una temporada que se enfoca menos en el tiempo cronológico y más en exponernos a las diversas formas en que las señales de Dios encuentran su expresión en Jesús.

Hay tantas cosas que suceden en este breve pasaje del Evangelio de Juan.

Presenciamos a Jesús medio reacio, disfrutando de la boda y teniendo que ser convencido por su madre de que use sus dones para que el vino fluya y la fiesta continúe.

El agua que Jesús convierte en vino no es agua ordinaria, sino el agua que llena las enormes tinajas de piedra que se usan para la purificación — así que este primer milagro se ve conectado a esos ritos de pureza y al lugar de ellos en la vida religiosa de Israel.

Y entonces está el hecho de que el milagro de Jesús no tiene que ver con llamar atención hacia sí mismo, sino de aumentar la estima del novio y aumentar el gozo general de las festividades de la boda.

¿Cuándo fue la última vez que usted fue parte de una gran celebración de bodas?

Las pérdidas ocasionadas por el Covid son innumerables, pero entre ellas se encuentran las celebraciones sociales que nos recuerdan cuánta esperanza y cuánto gozo encontramos en los lazos que forjamos con los demás cuando nos regocijamos juntos.

Dése permiso para recordar por un momento cómo se siente ser parte de una de esas celebraciones.

¿Cómo le afectaron el baile, la cena y las conversaciones?

¿Cuáles recuerdos de esa boda lleva consigo todavía? Y ¿de qué manera esos recuerdos le levantan el ánimo aún ahora, al recordarlos?

Si bien la mamá de Jesús tuvo que empujarlo un poco para que Jesús revelara sus dones y mantuviera andando la fiesta en Caná, no creo que haya sido un accidente que la primera de sus señales tuviera que ver con el vino y con una boda.

Sólo tenemos que ver el pasaje de Isaías de hoy para percatarnos de cuán íntimamente una creación abundante y fructífera está ligada al gozo de dos personas que unen sus vidas en matrimonio.

“Ya no te llamarán «Abandonada»,” dice Isaías, “ni a tu tierra la llamarán «Desolada», sino que serás llamada «Mi deleite»; tu tierra se llamará «Mi esposa», porque el Señor se deleitará en ti, y tu tierra tendrá esposo. Como un joven que se casa con una doncella, así el que te edifica se casará contigo; como un novio que se regocija por su novia, así tu Dios se regocijará por ti.”

Las Escrituras están repletas de conexiones como ésta entre la abundancia de la creación y la abundancia de la vida humana compartida: Piensen en el Jardín del Edén y Adán y Eva; en la rama de olivo en boca de la paloma tras el diluvio y el restablecimiento de la humanidad sobre la tierra; el sueño de una tierra de leche y miel que sostuvo a los israelitas cuando huían de Egipto, vagaban por el desierto y buscaban la tierra prometida.

Las vides y sus frutos son una de las formas más potente en que las Escrituras imaginan la abundancia, y el pueblo de Israel se ve comparado repetidas veces en el Antiguo Testamento con una vid o un viñedo.[1]

El Cantar de los Cantares hace bastante explícita la conexión entre la riqueza de la creación y el amor y las relaciones humanas.

Así que esta señal que lleva a cabo Jesús es más que la sustancia del agua transformándose en vino.

Se trata de anunciar el comienzo de la misión de Jesús de renovar toda la creación y de reconectar a un pueblo fracturado mediante el gozo abundante de Dios.

Más adelante en el Evangelio de Juan, cuando verdaderamente ha llegado la “hora” de Jesús y se está despidiendo de sus discípulos más cercanos, Jesús se refiere a sí mismo como la Vid verdadera y a nosotros como las ramas.[2]

Dios Padre es el viticultor y Jesús es el conducto por el cual brotan las uvas de la nueva creación, las cuales son entonces recogidas y procesadas por manos humanas y convertidas en vino de regocijo.

El vino, y en medida muy parecida, el pan, están hechos de dones naturales de Dios que requieren la colaboración de seres humanos para alcanzar su expresión más efectiva.

En este Segundo Domingo de Epifanía podemos escuchar la historia de ésta, la primera de las señales de Jesús, y reverenciarla por lo que representa y significa.

Pero me pregunto si Dios no nos está llamando a ir más allá de un mero recuerdo hacia una participación más activa en el procesoque Jesús inicia a través de esta señal particular.

Hacerlo significa encontrar maneras de hacernos socios de Jesús en el proceso de rehacer la creación — de un lugar desolado y abandonado a un hogar del que cuidamos y en el que nos deleitamos.

Ser ramas fructíferas, unidas a la Vid Verdadera, significa en nuestros tiempos encontrar maneras de ayudar a los demás a regocijarse y a disfrutar de la abundancia del vino que nunca se seca — el vino del compañerismo, la amistad y el festejo santo.

No puedo pensar en nada que nuestro mundo, plagado de cambios climáticos y de Covid, necesite más en estos momentos que una comunidad de almas fieles dispuestas a servir como mayordomos de la nueva creación y las nuevas relaciones a las que Cristo nos ha llamado.

¿Recuerda el gozo que sintió en esa fiesta de bodas especial?

Deje que esa alegría fluya de usted en esta temporada de Epifanía; busque maneras de reconectarse y de edificar a aquellos cuyas reservas de celebración se han secado, y permita que su conexión con la Vid Verdadera lo transforme a usted y a esta creación bendita y que vuelva a conectar los lazos de humanidad común que compartimos.


[1] Oseas 10:1; Isaías 5:12; Ezequiel 15:6; Cantar de los Cantares (el libro entero, pero 7:10-12; 8:11-12)

[2] Juan 15:1-11