«Porque el estupor se había apoderado de él y de todos los que estaban con él ante la captura de los peces que habían pescado;»

Lucas 5:9

Mientras contemplaba las olas suaves que ondulaban a través del Mar de Galilea — conocido también como el Lago Geneseret — casi podía ver las siluetas de aquellos primeros discípulos, lavando sus redes.

En mi imaginación visual ahí estaban, frustrados por otra noche sin pesca, cansados de una labor que no rendía resultado alguno, preguntándose qué iban a hacer si nunca alcanzaban a pescar los peces que les proporcionaban el sustento y el dinero que necesitaban para sobrevivir.

Lo maravilloso del Mar de Galilea es que es un cuerpo de agua relativamente pequeño.

Uno puede pararse en la orilla de Capernaum, en el extremo norte del lago, y ver el lugar donde pudiera haberse desarrollado el Evangelio de hoy — y también pueden verse muchos de los sitios donde transcurrió el ministerio de Jesús en la región.

El sitio donde Jesús probablemente predicó el Sermón de la Montaña.

El sitio donde la Iglesia recuerda el milagro de la multiplicación de los panes y los peces que alimentaron a multitudes.

Y el sitio donde Jesús resucitadole recuerda a sus discípulos, desolados, la manera en que recibieron su llamado: diciéndoles que salieran a pescar una vez más, aún después de otra larga noche sin haber pescado nada . [1]

La playa en la que el Señor resucitado desayunó con sus discípulos y le preguntó a Pedro si lo amaba — y le llamó a alimentar y a cuidar del rebaño de Cristo como respuesta.

Mantener en mente, todos juntos, estos momentos poderosos me ayuda a profundizar en el misterio de nuestro llamado compartido en Dios, y en las maneras específicas que se nos pide que respondamos a ese llamado a través de Jesús.

Todo el Antigo Testamento está repleto de gloriosas y poderosas manifestaciones de Dios.

Dios hablándole directamente a Adán y a Eva en el Jardín del Edén. Los tres visitantes misteriosos de Abraham. La Escalera de Jacob. La zarza ardiente que Moisés vio y la voz que escuchó, y la manifestación de hoy que Isaías presenció en el Templo — sólo por mencionar algunas.

A nuestros antepasados en la fe se les presentaron tales visiones, y el encuentro con lo divino alteró sus vidas para siempre.

Aún si se sentían indignos o no preparados, la gran manifestación del poder y la gloria de Dios los impulsó a responder, y al poco tiempo se encontraban sirviendo como agentes divinos de transformación en su época.

Isaías recibió el poder de profetizar para que el pueblo de Israel se arrepintiera y regresara al Señor. Pablo — que se autodenominó el menor de los apóstoles — proclamó el Evangelio por medio de palabra y obra, después de haber sido su principal oponente.

Pedro, Santiago y Juan fueron testigos de que una noche de escasez se convirtió en un día de abundancia como resultado de su encuentro con Jesús — y su respuesta fue dejar atrás esas redes y esa pesca asombrosa y unir sus vidas a la de Jesús.

Cuando me imagino sus siluetas antes de que Jesús los alcanzara ese día, veo sus hombros decaídos y sus cabezas gachas.

Casi puedo oír los sonidos de su frustración según lavan esas redes que no han atrapado nada.

En un instante, su fortuna cambia — nunca hubieran podido creer que después de una noche tan dura e infructuosa terminarían con más abundancia de la que habían conocido jamás.

Y aún más asombroso: Su encuentro con Jesús es tan poderoso que inmediatamente dejan ir de esta nueva abundancia porque pueden percibir que estar ligados a la vid que genera tal abundancia es mucho más valioso que aferrarse demasiado a una cosecha única.

¿Cómo habría respondido esa mañana al llamado de Jesús, si usted fuera una de las figuras abatidas que había trabajado incansablemente a través de la noche oscura y hubiera descubierto que su trabajo había sido en vano?

¿Habría estado tan asombrado como lo estuvieron esos primeros discípulos ante la abundancia instantánea que fluyó de Jesús?

¿Hubiera respondido como lo hicieron ellos — dejándolo todo y siguiendo a Jesús?

Vivimos en una época que encuentra altamente sospechosos a aquellos que afirman haber escuchado “una palabra de Dios” o que demuestran demasiado fervor por “pescar gente”.

Hay una buena razón para esta sospecha — a saber, porque estamos muy conscientes de cómo los charlatanes han usado este tipo de palabras para acumular poder y riqueza y han proclamado un evangelio egoísta, en vez del Evangelio que proclamaron Pedro y Pablo.

Pero no debemos permitir que estas figuras distorsionadas — ni nuestra sospecha de ellas — nos nublen los sentidos y nos insensibilicen a la esperanza de encontrarnos con el Señor en medio de nuestra PROPIA era y en nuestra PROPIA vida.

¿Quién sabe cómo Dios nos alcanzará — quién sabe qué conversación, qué murmuración, o qué tipo de lenguaje sutil Dios usará para mostrarnos que estamos llamados a una vida abundante en comunidad?

Ya sea que se trate de una gran manifestación del poder y la gloria de Dios, o que sea más como un código que tenemos que descifrar con la ayuda de nuestros condiscípulos, TODOS estamos llamados a responder a la dirección de Dios — aún cuando lidiamos con redes que parecen inútiles.

Ser testigos del alcance ilimitado del poder de Dios, permitir que nuestras penas se conviertan en profundas alegrías, y eventualmente responder a tal gracia y abundancia entregando todas nuestras vidas para seguir a Aquél que lo hace todo posible.

“Pero Padre Austin” — quizás me dirá usted — “yo trato todos los días de conectarme con Dios y con los demás a través de la oración — trato de mantenerme con esperanza en un mundo que se siente desesperanzado — y trato de buscar las señales del Salvador — pero el desaliento y la decepción siguen en aumento”.

No se rinda y no tenga miedo.

Si el Señor pudo transformar a siluetas desplomadas en seguidores energizados en el lapso de una mañana, entonces Dios también puede convertir nuestras labores aparentemente infructuosas en el vino de la nueva creación.

Siga buscando al Señor y siga atento al llamado de Jesús, aún cuando resulta difícil.

No ceda a la desesperación, aún si en estos momentos resulta difícil poner un pie delante del otro.

Ya que el mismo Señor cuyo llamado vino a las orillas del Galileo nos llama aún hoy para ser alimentados de la abundancia sin límites de nuestro Dios, y a una resurrección que verdaderamente no podemos ni imaginar ni comprender.

Puede que no entendamos cómo o cuándo esa resurrección nos alcanzará, pero mientras esperamos y trabajamos pacientemente PODEMOS responder al llamado de Dios alimentando y cuidando de las muchas ovejas de nuestro mundo que están perdidas y sufriendo.

Ahí es que nos encontrará Jesús.

Que Dios nos dé la gracia y la capacidad de encontrarlo ahí en estos días duros y en los nuevos días por venir.


[1] Juan 21:1-17